Cuando era niña, me encantaba pasar tiempo mis tías paternas. Las hermanas más chicas de mi papá, bien podrían haber pasado por las hermanas mayores que no tuve o eso me gusta pensar porque más bien para ellas en sus diecitantos y yo digamos a mis cinco o seisypico, he de haber sido una verdadera molestia preguntona de cabello lacio. Porque la verdad yo siempre tenía muchas preguntas y curiosidad por ejemplo de por qué a una le gustaba tal artista o a otra otro (que si Juan Gabriel o Palito Ortega) y el análisis incluía talento, canciones o guapez. Hablaban de todo esto mientras hacían sus sesiones de maquillaje donde yo observaba con interés genuino las sombras de ojos de distintos colores, las brochas y el rubor, el rimmel o el lápiz negro con que se delineaban. No me hagas entrar al tema de los tubos para cabello que ellas se ponían hábilmente para peinarse con rizos mientras les rogaba que a mí también me los pusieran y nunca me quedaban porque resulta que siempre he sido la niña mas lacia del planeta.
Había también algunas tardes de recetas nuevas en la cocina o cuando hablaban de remedios caseros, y otras cosas que mi yo de seis o siete no entendía, pero que a mis ojos de niña causaban gran curiosidad y admiración. Yo tuve unas tías que me enseñaron a hacer champú casero de sábila. Pum… me volaba la mente. Además, dos de mis tías tenían los nombres más cool que yo había escuchado: Poly y Lila. Yo estaba realmente encantada con esto porque todos mis demás tíos/as paternos tenían nombres que me parecían feísimos, como Felipa o Asunción.
Una tarde mis tías platicaban que un día de esos iban a preparar un pastel. Mi madre no sabía hacer pasteles, ni teníamos horno en casa. Ni ellas tampoco pero harían un pastel en una olla según platicaron, las vi ponerse de acuerdo en una receta que estaban leyendo, cómo lo iban a hacer y dónde comprarían los ingredientes, desde luego, fui invitada. Llegada la fecha y tramitado el permiso con mi madre, llegue a casa de mi abuela (que de nuestra casa sólo la dividía una puerta improvisada en el cerco que dividía un terreno del otro) y tras cruzar por los corrales de las gallinas y entre los árboles frutales entré corriendo en la cocina y me encuentro con la sorpresa de que no había nadie. Pensé en el día, era sábado ¿habrán quedado para el otro sábado y me adelanté? Fui al cuarto de mis tías y encontré a mi tía Poly llorando mientras mi tía Felipa la consolaba, platicaban de un enojo con mi tía Lila al parecer era la responsable de que mi tía Poly estuviera llorando, realmente no recuerdo qué se dijo pero estuvieron hablando un buen rato antes de que mi tía Poly pudiera calmarse y dejarme preguntarle:
"Tía, y ¿hoy no se va a hacer el pastel?" (ante todo, prioridades)
A lo cual levantó la mirada hinchada de llorar con ojos de verdadera molestia me dice :
"No lo sé, pregúntale a tu tía Ci-ri-la"
Harto confundida pregunté:
"¿Quien es mi tía Cirila? "
"Tu tía Lila, ¿no sabes que se llama Cirila? Anda, ve pregúntale a ella a ver que te dice"
y sin decir más vuelve a agachar la cabeza a su pañuelo a seguir llorando. Yo me quedo con la sensación de culpa pero no sé bien si por metiche, por haberme interesado en un simple pastel en vez de en por qué lloraba mi tía o no sé, pero no encontré mucha respuesta porque mi tía Felipa contesta a mi mirada interrogante con otra de "yo que sé " hace un gesto para que salga de la habitación. Con el corazón palpitante de quien acaba de descubrir una verdad tremenda me fui a buscar a mi tía Lila. En la recamara de mi abuela no estaba, en el cuarto de la televisión tampoco, de regreso a la cocina, menos. Atravieso hasta el patio delantero y en el jardincito que solía cuidar celosamente mi abuelo, encuentro a mi tía Lila acompañada de mi tío Asunción, la energía es de molestia pero hay silencio. Debí haber pensado antes de hablar, tal vez pude haberme evitado la bomba pero bueno, ya estaba yo ahí, quería en primer lugar ver cómo se hacía un pastel, pero ahora necesitaba más apremiantemente saber por qué mi tía Lila, se llamaba Cirila así que para abrir charla y agarrando valor dije:
"Buenas tardes Tía Cirila (ante todo, educación), ¿no se va a hacer hoy lo del pastel? "
Le hubieran visto los ojos de pistola a mi tía Cirila, primero disparó una mirada de enojo complicado a mi tío Asunción y luego como en cámara lenta disparó hacia mi, diciendo :
"No lo sé, pregúntale a tu tía Po-li-car-pia "
Ha de haber visto mi cara de confusión ante la probable idea de tener más tías que no conociera añadió:
"!Sí, tu tía Poly se llama Policarpia ¿no sabías?!"
No había manera en que esa tarde yo volviera a pensar en pastel alguno ni esperé a que me indicaran que me fuera, con la doble sorpresa galopándome en el pecho, y sin decir nada a nadie más corrí hasta mi casa donde mi madre estaba concentrada haciendo costura mientras escuchaba una radionovela:
“ Amá, amá, ¡mamá! ¿sabía que mi tía Lila se llama Cirila y mi tía Poly se llama Policarpia?"
“Así es hija, el nombre de tus tías es ese, los otros son apodos de cariño"
"Pero, pero, ¿¿¿por qué??? "
Y entonces mi madre pacientemente se puso a explicarme que antes las personas bautizaban a sus hijos con los nombres según venían en el santoral católico, de acuerdo al día de calendario en que nacieron. Era una costumbre y no había de otra y que mi papá (se llama Juan) se había salvado de la costumbre esa por purito milagro, porque mi abuela estaba en un embarazo delicado se lo había consagrado a Nuestra señora de San Juan de los Lagos que si no...
Obviamente pregunté en que se habían basado ella y mi papá para ponerme mi nombre y el del resto de mis hermanos. Pero esa queda para otra ocasión.
*Historia que sucedió, pero que aquí se cuenta como yo decido contarla (acaso, ¿no es un poco así todo, todo el tiempo?)